El miedo y la paranoia que no sólo se aprenden, sino que se interiorizan, se somatizan, al crecer en una ciudad peligrosa nunca desaparecen, ni al estar en un mejor lugar, ni al estar en una mejor circunstancia. Esto, en parte, hace que hagamos de nuestras ciudades latinoamericanas archipiélagos inconexos de lugares que nos parecen seguros. Pero también que nuestra sed de justicia está tan poco saciada que a veces no vemos la humanidad de los otros.